La infancia difícil, un período de la vida marcado por exposición constante a riesgos como violencia, pobreza, abandono o falta de acceso a educación y salud. También conocida como vulnerabilidad infantil, es algo que no se ve solo en cifras, sino en los ojos de un niño que no sabe si comerá mañana, si su casa es segura, o si alguien lo escuchará cuando grita. No es un problema de unos pocos: en Chile, miles de niños crecen en hogares donde el estrés, la falta de apoyo emocional y la inseguridad son parte del día a día. Y lo peor no es solo lo que pasa dentro de casa, sino que muchas veces, el sistema —escuela, salud, justicia— no logra verlo, o lo ignora hasta que es demasiado tarde.
La violencia familiar, cualquier forma de abuso físico, psicológico o sexual que un niño sufre dentro de su entorno más cercano es una de las caras más oscuras de la infancia difícil. No siempre hay golpes visibles: a veces es el silencio, el desprecio, la comparación constante, o ver cómo su madre o padre es humillado. Y la protección infantil, el conjunto de leyes, instituciones y acciones diseñadas para resguardar a los niños de daños en Chile sigue siendo lenta, burocrática y, en muchos casos, inaccesible. Un niño que denuncia abuso en una región alejada puede esperar meses para que alguien lo escuche. Mientras tanto, su trauma se vuelve más profundo, su autoestima se desmorona, y su futuro se vuelve incierto.
La derechos de la infancia, el conjunto de garantías legales y sociales que todo niño debe tener, desde el derecho a la educación hasta el derecho a no ser explotado no son solo palabras en un documento internacional: son la diferencia entre sobrevivir y crecer. Pero cuando un niño vive en una casa sin agua potable, sin terapia, sin un adulto que lo abrace, esos derechos se convierten en promesas vacías. Lo que vemos en las noticias —casos de abuso, niños en la calle, adolescentes sin apoyo— no son accidentes. Son síntomas de un sistema que no funciona para los más pequeños.
Lo que encontrarás aquí no son estadísticas frías, sino historias reales, análisis concretos y datos que muestran cómo la infancia difícil se manifiesta en Chile: desde el impacto de la violencia doméstica hasta cómo las escuelas en zonas rurales luchan por dar contención. No se trata de compadecer, sino de entender, actuar y exigir. Porque una infancia difícil no es normal: es un fallo colectivo. Y cambiarlo empieza por reconocerlo.
Patricia Rivadeneira compartió recientemente un testimonio emotivo sobre su difícil infancia, marcado por la convivencia con un padre alcohólico. Relató el impacto profundo que la adicción de su padre tuvo en su vida, generando miedo y ansiedad. La historia destaca la importancia de los sistemas de apoyo para mitigar estos efectos en los miembros de la familia, particularmente en los niños.
